¡El Ratoncito Pérez tiene una casita en una calle peatonal de Barcelona!
Todo empezó cuando un artista anónimo tuvo esta brillante idea, con la que ilusionar a los peques para que se acerquen a verla. Poco a poco los vecinos y niños fueron trayendo diferentes elementos a la fachada de esa calle. Primero la puerta, y poco a poco, fueron incluyendo más accesorios, con el objetivo de darle vida al Ratoncito Pérez en Barcelona y crear esa magia tan especial que se encuentra en el corazón de cada niño.
A día de hoy, el Ratoncito Pérez tiene su puerta, el cartel de su casa con su nombre escrito, un felpudo y muchas cosas más. Incluso tiene parking y una señal para que no estacionen a determinada hora y le obstaculicen el paso a él o los miembros de su familia con el coche.
Es una maravilla encontrar rincones como este que han surgido de personas desinteresadas con un fin tan altruista. Los vecinos de la calle participan y se cuidan que la casita del Ratoncito Pérez esté en buenas condiciones y pueda ser visitada por las familias con mucha ilusión.
La encontraréis en la calle del Taquígraf Garriga nº 23, a escasos metros de la Plaza de Comas, en el distrito de Les Corts.
Si os animáis, podéis ir con vuestro peque a visitar la casita del Ratoncito Pérez, seguro que le encantará. Y si da la casualidad que a vuestro hijo se le ha caído un diente, podéis dejarle el diente en el felpudo de su casa. Seguro que el Ratoncito Pérez lo recoge y le hace una visita esa noche al peque dejándole un regalito en la almohada.
A continuación tenéis el cuento de este bonito clásico, para que se lo leáis a los peques antes de visitar la casita del Ratoncito Pérez.
Cuento El Ratoncito Pérez
Pepito Pérez era un pequeño ratoncito de ciudad. Vivía con su familia en un agujerito de la pared de un edificio. El agujero no era muy grande pero era muy cómodo, y allí no les faltaba la comida. Vivían junto a una panadería, por las noches él y su padre iban a coger harina y todo lo que encontraban para comer.
Un día Pepito escuchó un gran alboroto en el piso de arriba. Y como ratón curioso que era trepó y trepó por las cañerías hasta llegar a la primera planta. Allí vio un montón de aparatos, sillones, flores, cuadros…, parecía que alguien se iba a instalar allí.
Al día siguiente Pepito volvió a subir a ver qué era todo aquello, y descubrió algo que le gustó muchísimo. En el piso de arriba habían puesto una clínica dental.
A partir de entonces todos los días subía a mirar todo lo que hacía el doctor José Mª. Miraba y aprendía, volvía a mirar y apuntaba todo lo que podía en una pequeña libreta de cartón. Después practicaba con su familia lo que sabía. A su madre le limpió muy bien los dientes, a su hermanita le curó un dolor de muelas con un poquito de medicina… Y así fue como el ratoncito Pérez se fue haciendo famoso.
Venían ratones de todas partes para que los curara. Ratones de campo con una bolsita llena de comida para él, ratones de ciudad con sombrero y bastón, ratones pequeños, grandes, gordos, flacos… Todos querían que el ratoncito Pérez les arreglara la boca. Pero entonces empezaron a venir ratones ancianos con un problema más grande. No tenían dientes y querían comer turrón, nueces, almendras, y todo lo que no podían comer desde que eran jóvenes. El ratoncito Pérez pensó y pensó cómo podía ayudar a estos ratones que confiaban en él.
Y, como casi siempre que tenía una duda, subió a la clínica dental a mirar. Allí vio como el doctor José María le ponía unos dientes estupendos a un anciano. Esos dientes no eran de personas, los hacían en una gran fábrica para los dentistas. Pero esos dientes, eran enormes y no le servían a él para nada.
Entonces, cuando ya se iba a ir a su casa sin encontrar la solución, apareció en la clínica un niño con su mamá. El niño quería que el doctor le quitara un diente de leche para que le saliera rápido el diente fuerte y grande.El doctor se lo quitó y se lo dio de recuerdo. El ratoncito Pérez encontró la solución:
— Iré a la casa de ese niño y le compraré el diente —pensó.
Lo siguió por toda la ciudad y cuando por fin llegó a la casa, se encontró con un enorme gato y no pudo entrar.
El ratoncito Pérez se esperó a que todos se durmieran y entonces entró a la habitación del niño. El niño se había dormido mirando y mirando su diente, y lo había puesto debajo de su almohada. Al pobre ratoncito Pérez le costó mucho encontrar el diente, pero al fin lo encontró y le dejó al niño un bonito regalo. A la mañana siguiente el niño vio el regalo y se puso contentísimo y se lo contó a todos sus amigos del colegio.
Y a partir de ese día, todos los niños dejan sus dientes de leche debajo de la almohada. Y el ratoncito Pérez los recoge y les deja a cambio un bonito regalo. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Fin.
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Bonito Articulo. Un saludo